¿Por qué presentar el caso de una entidad no infecciosa en una revista de enfermedades infecciosas? Porque el médico que atiende a pacientes con patología infecciosa ha de tener una formación médica amplia y sólida que le permita conocer el diagnóstico diferencial de las infecciones.
En este caso, un paciente de 52
años fue atendido inicialmente por el servicio de neurocirugía por presentar
dolor cervical y signos de mielopatía a ese nivel. La analítica de urgencia
mostró leucocitos 15.51x10e9/L y proteína C reactiva 66 mg/L.
Se realizó cirugía descompresiva urgente con flavectomías y laminectomías desde C2 a C5, pero no se pudieron obtener muestras para cultivo y estudio histológico. A continuación, ante la sospecha de espondilodiscitis, se inició antibioterapia con cefazolina y se consultó con el servicio de enfermedades infecciosas.
Tras una evaluación médica completa (anamnesis y exploración física), el antecedente de gota úrica y la evidencia clínica de tofos (Figuras 2 y 3) apoyaron nítidamente el diagnóstico de gota tofácea raquídea, comprobándose hiperuricemia de 8.8 mg/dL. Se suspendió la antibioterapia y se instauró tratamiento con dexametasona, colchicina y alopurinol, con lo que mejoró el déficit neurológico pero quedó tetraparesia residual.
Los programas que pretenden optimizar el uso de los antibióticos insisten en la necesidad de saber qué antibiótico usar, a qué dosis y durante cuánto tiempo. Pero antes que ello, el médico clínico debe hacerse la siguiente pregunta: ¿tiene el paciente una infección? Conocer las entidades de etiología no infecciosa con las que se plantea el diagnóstico diferencial de las infecciones es un pilar esencial para implementar eficazmente dichos programas. Ello evitará muchos ciclos de antibioterapia innecesaria.